En Gondomar, una pequeña ciudad a las afueras de Oporto, nació hace 28 años una historia de talento, humildad y familia. Diogo Jota, cuyo nombre completo era Diogo José Teixeira da Silva, creció en un hogar donde el fútbol se vivía con naturalidad, pero también con disciplina y valores. Sus padres, Joaquim Silva e Isabel Silva, nunca buscaron el protagonismo. Prefirieron acompañar desde la sombra, alentando cada paso, cada entrenamiento, cada gol.
Diogo Jota, un talento de pequeño
Desde niño, Diogo destacó por su determinación. Pero quienes lo conocieron de cerca siempre destacaron otro rasgo aún más fuerte: su conexión familiar. Joaquim e Isabel le enseñaron a ser constante, trabajador y humilde. Le acompañaron desde los primeros partidos en el modesto Gondomar SC, el club de barrio donde ambos hijos empezaron a dar sus primeras patadas a un balón.

Porque Diogo no fue hijo único. Tenía un hermano menor, André Filipe Teixeira da Silva, de 25 años, también futbolista, que jugaba como centrocampista en el FC Penafiel de la segunda división portuguesa.
Juntos compartieron algo más que la sangre: compartieron el fútbol, la infancia y una complicidad inquebrantable. Sus caminos se cruzaban en los entrenamientos, en los sueños y también en el apoyo mutuo. Eran inseparables.
Diogo Jota y André pierden la vida juntos
La madrugada del 3 de julio, esa unión se vio truncada de forma brutal. Diogo y André perdieron la vida en un trágico accidente de tráfico en la autovía A-52, en la provincia española de Zamora. Viajaban juntos en un coche deportivo que salió de la vía y se incendió tras un impacto. No hubo oportunidad de rescate.
El accidente se produjo tan solo diez días después de que Diogo contrajera matrimonio con su pareja, Rute Cardoso, en la misma región donde tuvo lugar la tragedia.

Hoy, Joaquim e Isabel enfrentan un dolor que no tiene consuelo. Han perdido a sus dos hijos en una misma noche. Aquel que iluminó estadios en Inglaterra, que vistió la camiseta de Portugal, que formaba parte de la élite del fútbol mundial. Y también a André, que luchaba por hacerse un nombre con esfuerzo y dedicación en el fútbol nacional.
La familia, siempre discreta, ha pedido respeto y privacidad. Los mensajes de apoyo han llegado desde todo el mundo: clubes, compañeros de equipo, aficionados y medios. Pero en Gondomar, la tristeza se vive en silencio. Allí, donde Diogo y André comenzaron a soñar, el fútbol ha quedado en pausa.
Hoy, más allá de los títulos, los goles o los fichajes, el recuerdo que queda es el de una familia unida. De unos padres que dieron todo por sus hijos. Y de dos hermanos que vivieron juntos, crecieron juntos y partieron juntos.
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