El pasado 7 de junio, Emmanuel Macron inició una visita histórica a Mónaco. Acompañado de su esposa Brigitte, el presidente francés fue recibido con honores en el palacio principesco.
La escena parecía perfecta: Alberto II, la princesa Charlène y sus hijos mostraron una imagen de armonía y respeto. Se impusieron al mandatario las insignias de la Gran Cruz de la Orden de San Carlos, símbolo de una relación bilateral sólida y fluida.

Justo antes de esta visita, se anunció el nombramiento del nuevo Ministre d'État de Mónaco. Desde 1918, el soberano del Principado debe elegir a un alto funcionario francés para este cargo clave.
En esta ocasión, Alberto II eligió a Philippe Mettoux, magistrado y exdirector jurídico de la Sncf. Su elección estuvo motivada por su experiencia y su capacidad para asumir el liderazgo político del pequeño Estado mediterráneo.
La inesperada presión de Macron
Sin embargo, el escenario idílico comenzó a cambiar tras la partida de Macron. Aunque estuvo 48 horas como huésped de Alberto II, nunca expresó en persona su desacuerdo con la elección de Mettoux.
La sorpresa llegó una vez en París, donde Macron presionó para que el príncipe reconsiderara la designación. El presidente francés no estaba de acuerdo con la decisión tomada por Alberto II y así se lo hizo saber. Esta postura generó desconcierto y tensión diplomática entre ambos.
Por su parte, Mettoux ya había celebrado públicamente su nuevo cargo a través de sus redes sociales. En LinkedIn, resaltó su profunda admiración por el “modelo monegasco” y confirmó oficialmente que se incorporaría el 4 de julio. Estas declaraciones mostraron su entusiasmo por el puesto que iba a ocupar.
Sin embargo, ignorando las advertencias recibidas desde Francia, Mettoux fue aún más allá y amenazó con exigir una indemnización en caso de que se le retirara el nombramiento. Esta actitud hizo que la situación se complicara considerablemente para Alberto II, atrapado entre las presiones francesas y la postura inflexible del magistrado.

La intervención del Elíseo y la solución
El tratado firmado entre Francia y Mónaco en 2005 establecía claramente la protección francesa sobre la soberanía monegasca. Sin embargo, también obliga al Principado a alinear sus acciones con los intereses franceses en temas políticos, económicos y de defensa. Ante la presión de Macron, Alberto II se vio obligado a ceder.
El 27 de junio, Mettoux anunció su renuncia en LinkedIn. Sin embargo, no ocultó su molestia e hizo referencia a “fuerzas negativas” que intentaban mantener viejas prácticas. Sus palabras dejaron claro que el conflicto fue más profundo que un simple cambio de nombre.
Finalmente, Macron propuso a Christophe Mirmand, exsecretario general del Ministerio del Interior francés y antiguo prefecto de la zona limítrofe a Mónaco. El presidente francés logró imponer su candidato, en un claro recordatorio al príncipe sobre la influencia de París.

Un pulso que dejó lecciones
Esta crisis llega poco después de un episodio similar que también causó tensión entre Mónaco y Francia. En 2024, Alberto II eligió a Didier Guillaume para el puesto de Ministre d'État, a pesar de la oposición francesa. La repentina muerte de Guillaume evitó que aquel pulso con Macron se agravara.
En esta nueva ocasión, la presión desde París fue mucho más contundente y definitiva. El Elíseo mostró su poder para influir en las decisiones del Principado. Así, Alberto II tuvo que ceder ante las exigencias francesas.
El episodio revela las complejas relaciones entre Mónaco y Francia, donde la independencia monegasca debe equilibrarse con la influencia del Elíseo. La torpeza inicial y la indecisión del príncipe facilitaron una intervención diplomática poco habitual. Sin embargo, la historia deja claro que, en esta relación, la diplomacia y la política francesa siguen marcando la pauta.